Del mismo modo...
que aprendí a respirar,
a mirar y sonreír,
me enseñó el instinto
a andar de puntillas,
vigilando las espinas
de mi camino de rosas,
y regué con sangre y sudor
cada curva de la eterna avenida.
Como supo volar...
la mariposa,
recién abierta su estrecha
cárcel de la vida,
me fueron desnudando los días
y dejé... como lápidas,
mis trajes en el suelo.
Y si ahora él,
bajo el capricho inesperado
de... "un dios travieso",
llevara en su regazo
un frágil manto...
con qué cubrirme,
bajaría las manos, escondería
los sueños y esperaría
"su calor sobre mis hombros",
pues sé que me estaria,
¡ dando su piel !...
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